A Marisol todavía le cuesta ubicar en orden cronológico lo que ha vivido hasta ahora. Solo tiene 22 años, pero sus experiencias son desgarradoras. «Justo ahora estamos en la fase de ordenar lo vivido. Las personas que han estado en la calle suelen tener problemas para establecer en el tiempo los hechos que les han acontecido», puntualiza Mamen, la técnica de HOGAR SÍ que ha devuelto a Marisol las ganas de vivir. Esta joven mallorquina es una de las más de 6.000 personas entre 18 y 29 años que no tienen hogar y que viven en la calle, en asentamientos o, si tienen un poco más de «suerte», en un albergue.
Marisol lo hizo durante más de un año en un coche abandonado hasta que un equipo de Cruz Roja que iba todos los días a ver cómo estaba le habló de la posibilidad de entrar en un programa de HOGAR SÍ y Provivienda (H4Y FUTURO) dirigido a jóvenes sin hogar.
Pero hasta llegar a este punto, «cuando el cielo se abrió», resulta inevitable preguntar a Marisol cómo terminó en la calle. «Ha sido un cúmulo de circunstancias y también de malas decisiones. Una mujer me adoptó cuando tenía cuatro años, me sacó del centro de menores donde me habían dejado mis padres biológicos, pero mi relación con ella nunca fui buena. Es cierto que a nivel material nunca me faltó de nada, pero ella no me daba el cariño que debe dar una madre a una hija. Así que según crecía nuestra relación iba de mal en peor. Tengo que decir que yo tampoco lo ponía fácil, pero aquello era insostenible», relata esta mallorquina a La Razón.
Así que cuando cumplió 18 años decidió irse de casa. «Mi madre me dijo que si me iba no volviera. A mí me daba igual, no soportaba más convivir con ella. Pero no sabía que lo que me venía iba a ser mucho peor. A veces los jóvenes no tenemos la cabeza donde debiéramos», reconoce.
Conoció a un chico con el que se fue a vivir. «Al principio todo iba bien, era un chaval muy agradable, me trataba muy bien. sinceramente yo confiaba en él. Pero al poco tiempo la cosa cambio y empezó a maltratarme».
Todavía se pone nerviosa al recordar aquel episodio: «Si perdía un calcetín, me pegaba una paliza. Cualquier cosa era motivo para pegarme. Me perseguía cuando salía hasta que decidió encerrarme. Me metía en una habitación y ponía un candado para que no pudiera salir. La cara se me inflamaba de los golpes que me pegaba. Fue un infierno. Un día pude escaparme, cogí mi documentación y salí corriendo de esa casa. Más tarde, por supuesto, le denuncié y fue condenado por malos tratos», asevera Marisol.
Pero esa huida tampoco dio sus frutos. Quiso regresar a casa de su madre, «pero me cerró las puertas, me dijo que ya me había avisado de que, si salía de su casa que no volviera, así que no me quedó más remedio que buscarme la vida en la callé. Tenía 1.900 euros en la cuenta y pensaba que con eso me daría para ir tirando, pero no fue así. Compré un coche sin motor y fue ahí donde estuve viviendo más de un año».
«Muchos complejos»
Con apenas 20 años creía que su vida ya había llegado a su fin. Ahogaba sus males en el alcohol y el cannabis en lo que se convirtió en un bucle del que no veía salida. «No tenía para comer. Ni siquiera tenía diez céntimos para comprar algo en un supermercado o una cafetería y aprovechar para ir al baño, así que no me quedaba más remedio que hacer mis necesidades en parques y lavar la ropa alguna fuente. No me tenía dónde ducharme. Como puedes entender nadie me quería contratar para ningún trabajo. Además, los vecinos me denunciaban por tener el coche en la calle», dice con angustia.
Marisol reconoce que su falta de estima es, en parte, lo que también desató toda esta concatenación de infortunios. «Siempre fui una chica retraída. En el colegio lo pasaba muy mal porque se metían conmigo y yo me apartaba de toda la gente. De hecho, a día de hoy, siempre elijo los lugares donde no hay personas, es algo en lo que debo trabajar. Tengo que acabar con mis complejos».
Su complicado historial también ha hecho que desconfíe de todo el mundo: «Pienso que me van a engañar, que si me ofrecen algo es porque me van a pedir otra cosa a cambio. Cuando estaba viviendo en la calle pasé mucho miedo, me intentaron violar en varias ocasiones».
Y es que, según los datos de HOGAR SÍ, el 42% de este colectivo ha sido víctima de algún delito o agresión. «De igual modo, el sinhogarismo vulnera otros derechos como el de la salud: el 26% de las personas sin hogar de este colectivo manifiesta tener alguna enfermedad crónica», apuntan. Según datos del INE, el sinhogarismo afecta a unas 28.000 personas en España, «sin embargo, desde HOGAR SÍ estimamos que las cifras son mayores, un 30% más, de las que arroja la encuesta ya que solo se tienen en cuenta a personas que asisten a centros de atención a personas sin hogar, sin tener en cuenta aquellas que se quedan fuera del sistema y que sabemos que existen».
Según esta misma asociación, los motivos por los que los jóvenes se quedan sin hogar son muy variados: «El tener que empezar de cero tras llegar desde otro país supone un 57%, el 11% por haber sufrido violencia ellos o sus hijos, un 11% tras salir de un centro de menores, el 9% tras perder el trabajo y el 7% porque le desahuciaron de su vivienda».
Llegados a este punto del relato de Marisol, la joven comienza a esbozar una sonrisa. «Sin esperarlo, un día, un equipo de Cruz Roja que con frecuencia se pasaba por donde tenía el coche para darme algo de comer o para preguntarme cómo estaba, me contaron que había un programa para ayudar a gente en mi situación. Yo les dije que no les creía que eso era imposible. Cómo iban a ofrecerme una casa sin pedirme nada a cambio». Pero así fue.
Montar a caballo en la playa
Entró en el programa «H4Y FUTURO» que organizan HOGAR SÍ y Provivienda y que ya ha dado una vivienda a más de 100 jóvenes. «Son mis salvadores, ahora vivo en una casa por la que no pago nada a cambio de que en un año consiga mi independencia. Me ayudan a prepararme para el mercado laboral, a elaborar el currículo. Nunca pensé que pudiera salir del pozo en el que estaba», reconoce. Su día a día ahora es completamente «diferente y esperanzador»: «Sueño con trabajar como administrativa, poder pagarme mi propia casa. Mi objetivo es conseguir ser una persona responsable y ser capaz de llevar una vida normal. Cometí muchos errores que me llevaron a la calle, pero esta oportunidad no puedo desperdiciarla», dice.
Según le han dicho los expertos que trabajan con ella para ayudarla a salir adelante, «todavía me queda mucho camino por recorrer, pero al menos ahora me siento con ganas de seguir viviendo, estoy contenta y alegre». Ya ha conseguido dejar su adicción al alcohol y poco a poco va ganando confianza en sí misma.
«Llegó un momento, cuando estaba tan mal, que no quería seguir adelante, ahora tengo un sueño que quiero cumplir: montar a caballo por la playa». Quizá esto también se haga realidad.
Metodología «Housing First»
El perfil de los jóvenes como Marisol con los que trabajan en HOGAR SÍ y Provivienda son personas de entre 18 y 25 que se encontraban anteriormente viviendo en albergues, en situación de calle o asentamientos. «Hemos trabajado con más de 200 personas de las cuales han accedido al programa un total de 105. De estas, el 20% son mujeres, las cuales suponen un perfil que se encuentra muy invisibilizado cuando hablamos de sinhogarismo», explica a este diario Tamara Serralvo, la coordinadora del proyecto H4Y FUTURO.
Los motivos que llevan a estos jóvenes a acabar en la calle son «únicos y multifactoriales: «La única circunstancia que les une es encontrarse en una situación de vulnerabilidad y haber sufrido vivencias que les han supuesto situaciones traumáticas en un momento en el que el desarrollo vital es muy importante». Por eso, los expertos que trabajan con estos jóvenes lo hacen desde el acompañamiento «ya que son ellos los que deciden hacia dónde quieren dirigirse en su futuro ». Además, Serralvo subraya que «pretendemos fortalecer las competencias de las administraciones públicas relacionadas con la atención temprana del sinhogarismo en jóvenes a través de la metodología Housing First for Youth».
Ángel Nieto Lorasque.
Fuente: La Razón